
Ok. Un día común. No muy soleado. LLueve, me gusta que llueva. Me desperte a las 10:45 a.m. con aquella metralleta que utilizaban en el tercer piso para cambiar el suelo del departamento. Quise volver a mi profundo sueño, pero no pude. Entonces caminé hacia el otro cuarto, prendí la tele y miré la mitad que quedaba de una película. Locuras adolescentes. Luego, a las 12, me di cuenta que no iba a poder seguir adelante con mi dia si no dormía un poco más. Y volví a la cama. Me acosté. Y cuando apoyé mi cabeza arriba de la almohada, esa metralleta comenzó a sonar nuevamente. Intenté cerrar los ojos con toda mi fuerza y focalizarme en caer palmada. Try! Come on! You can! Pude. Dormí una hora y media más cuando la alarma de mi celular comenzo a convatir con mi timpano. Con las fuerzas que tenía, me levanté, y caminé hacia el living donde me esperaba una de esas comidas ricas que hace mi abuela. Después de colaborar levantando la mesa, fui a ver otra película, la cual no pude terminar cuando mi mama me llamó avisandome que baje en cinco minutos porque me tenía que llevar al oculista. A todo esto, odio ir al oculista. Llegué y me pusieron esa luz que te rompe en 20 pedazos el ojo, y me dijeron que era una alergia común, y me dieron las mismas gotas que me habían dado hace un mes que mucho efecto no me habían hecho. LLamé a Martina, que no me atendio y discutí como hago diariamente con mi mamá en el auto. LLegué a casa, y apreté el botón que me lleva a otra dimensión (para los no entendidos, el botón para prender la computadora)
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